sábado, 9 de mayo de 2020

DÍA 53 DE LA CUARENTENA EN MADRID


   Y es que leer siempre me resultó aburrido por mucho que me insista la gente. Sólo uno, ese libro: poesía pura, perdido entre los versos de tu cuerpo.  Me hago ciego con la excusa de deslizar los dedos para poder leerte. Y es lo más divertido.

   Las yemas de mis dedos se curvan hacia tu piel que poco aguantará al tocarla, erizándose al acariciarte con las manos. Muñecas, tobillos, cadera y espalda: roces que tontean con tu vientre como epicentro.  Sutilmente, movimientos que tocan accidentalmente otras partes de ti, al masajear tu espalda y entrecruzarse con tu pelo. Ésos gustan más, los que no se esperan: accidentales, superficiales, los que nos rodean y esquivan traviesamente. Las caricias bordean a lo que más queremos que sean los protagonistas, pero  se harán de esperar en la presentación.

   Y el primer beso llega,  cruel por hacerse desear. En otro momento sería vacío, pero en este contexto quema cargado de calor. Pues tras cada mensaje de nuestros labios, la saliva nos deja marca húmeda en la piel, que tan rica se siente ante este éxtasis de emociones y dulces presiones en nuestro cuerpo. Mis labios, tus labios. Saboreándonos y perdiendo la atención al siguiente segundo, mascarado por un nuevo beso que le continua y que ahora recostada, suben desde tu vientre hacia tu cuello. Pausados pero constantes. Por el centro de tus pechos pero sin tocarlos, para que se sientan tan cercanos y se mueran de gusto tus sentidos. Y entre pequeños mordiscos que no paran a tus labios, los dedos empiezan a perder la vergüenza: tu ombligo es el primero es saberlo. Mientras, mi mano escala de abajo a  arriba en un aparente orden que provoca caos.Tu piel se nota tan erizada y en el momento que llega a tu aureola izquierda, comienza a dar vueltas entre cosquillas a la misma. Sólo te falta reír, pues la sonrisa ya la tienes y la carcajada se disocia con el murmullo que susurras cuando nos rozamos entre movimientos. Y las miradas se pierden al cerrar los ojos entre pequeños gemidos en esta bella agonía.

   Tus piernas ahora coquetean con las mías en una fiesta donde mis dedos se unen ahora que han marcado tu espalda con un pequeño arañazo. Han perdido el interés en tus omóplatos, pero prometen que volverán tras la visita de más abajo. Y es uno de los mejores momentos que llegan al hacerse espacio entre tus piernas y un poquito más allá. Está ahora al descubierto y tus muslos acaban vibrando ante tanta orgía de sensaciones. No sé cuando tu cuerpo empezó a estar tan caliente como el mío, pero volvernos sordos entre gritos de placer parece que será nuestro fin.

   Para no posponer más el desenlace del único libro que me gusta leer, censurado de tantas palabras que me gustaría publicar, pero que se resguardan para un epílogo. Y es que leer siempre me resultó aburrido, salvo cuando compartimos lectura juntos.

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