Ya hay más gotas de agua dispuestas a
dejarse la vida contra el suelo que días han pasado de este mes. No se
lo piensan mucho: recorrieron el poco camino que pudieron en el árbol y
ahora miran a la vertiginosa caída sin esperanza ni intención alguna de
hacer algo por evitarlo. Se van deslizando, escurriéndose hacia el
extremo. Una de ellas mira a las demás cuando está a punto de caer...no
comprende por qué ha de hacerlo. No quiere estamparse y se agarra ahora
con más fuerza al árbol. En las ramas de al lado, sus compañeras, vacías
de sentimiento alguno, se aproximan un poquito más a la caída. Pero
ella no quiere: es justo no querer hacerlo, aunque se haya dado cuenta
en el último momento.
De repente, un hombre aparece para fotografiar la
escena. La desesperación de la gota por no soltar su propia vida no se
ve esperanzada con la llegada de esta persona...no hace nada por
ayudarla. Simplemente tiene la cámara en mano y hace fotos. En un acto
inhumano la gota sabe que el chico la dejará caer sin ayudarla. Ella se
resbala más y más con cada disparo del fotógrafo. Cierra sus ojos con
las pocas fuerzas que le quedan mientras otra gota más pequeña se le
escapa de los ojos. Maldice la tecnología y cómo ha cambiado a los
humanos: egoístas, insensibles y morbosos.
Y de repente, el árbol se
empieza a mover bruscamente zarandeado las ramas: una ola de aire pasa
sin compasión alguna. La gota cae inevitablemente al ser zarandeada cual
juguete. Los momentos ahora se hacen lentos. Se siente caer a cámara
lenta, en un momento que parece no querer llegar nunca. Mientras cae y
antes de tocar el suelo, ve como las otras gotas también son
desprendidas por la fuerza del viento, acompañándola en su camino. Y
todas, aún con la misma expresión infeliz.
Nota: No
se maltrató ninguna gota de agua durante la ejecución de la foto. Las
gotas que posan en la toma son en realidad copitos de nieve que se han
derretido convirtiéndose en lo que ven. Y sí, los copitos sí murieron.