Efectivamente: huevos, huevos, no los hubo. Los perdí allá por el décimoquinto escalón, al igual que el corazón que se me escapaba de la boca y algo de dignidad. Una rampita mecánica, ahí lo dejo, señores del Ayuntamiento. Al llegar arriba tras mil y un escalón más, Debod estaba a rebosar. En un día de frío como el que hacía, tuvimos que meter codo para hacernos un hueco y conseguir una toma.
Y el templo...madreeeeee....Que gentío...Pero, pocos atardeceres bonitos tenemos que no sean allí.
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