Por qué sonrió cada vez que te veo: cuando abres tus
ojos a mí, enamorándome con su color antes de que vuelvas a pestañear.
Del aliento que me quita tu sonrisa y lo mucho que cuesta hacerte reír
de verdad, que tanto haces esperar. Los nervios que nunca se pierdan
antes de verte y de despedirnos. De por qué me gusta acariciarte, de lo
loco que me vuelve tu cuello y tu clavícula: del hueco que van formando
entre los dos. Lo que me gusta zinzaguear en las curvas de tu cuerpo. De
que la cama es más dulce cuando estás.
Con tu espalda desnuda y esa
cadera que sube y se precipita como una montaña rusa. De lo ricos que
saben tus omóplatos y de lo catastrófico que resulta. De lo vulnerable
en que uno se transforma en los momentos contigo. A todo lo que puedo
abrazar y abarcar. A lo capaz que me haces si voy contigo.
Y ahora que te vuelvo a pensar, creo que amanece siempre demasiado rápido. Más noches no puede ser mucho pedir para los dos: nos las merecemos.
Y ahora que te vuelvo a pensar, creo que amanece siempre demasiado rápido. Más noches no puede ser mucho pedir para los dos: nos las merecemos.