El sol luce hoy amarillo de envidia, tintando todo el cielo con su amargura. No alcanza a comprender que tras un día de tormenta, apagado por las nubes y emborronado por la lluvia y la arena que el viento movió, no se le da espacio como protagonista.
"Los edificios no son muy altos. ¿Por qué se atreven a tapar mis rayos?"
Piensa y repiensa, y con cada pensamiento se envenena más:
"¿Qué tienen? ¿Altura? Sí, pero no la suficiente. ¿Un peinado de tejas? ¿Quién las necesita?"
Y poco a poco se va dando cuenta que va cayendo y que el horizonte se engancha con sus brazos a él llevándolo hacia abajo. Estaba tan concentrado en buscarle la vuelta al robo de su momento, que no se centró en contemplar lo bueno, aunque poco, que tenemos. Los edificios... y nosotros, claro. Algo bueno tenemos que tener, ¿no?
Mientras el sol ya piensa en que mañana será otro día con su cabeza ya cansada de las protestas, no habrás reparado en que el edificio enorme frente al pequeño ansía ser bajito como su compañero, puesto que los rayos del sol le ciegan a él durante más tiempo que a otro cualquiera.
Un mundo loco, ¿no crees? Buscando siempre el argumento perfecto para un mundo imperfecto.
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