11 de agosto de 2014
Bajo los sueños de ese loco que intenta llegar a ella, intentando
conquistarla. Su espíritu es grande y no
se cuestiona ahora nada. Irá hacia ella y la cogerá como si fuera suya. La luna
parece pequeña hoy.
Aunque brilla con fuerza, el chico tardó en determinarse a salir a buscarla. Se
podía ver en sus ojos, como brillaban aquellas ideas locas de pasar esta noche
junto a ella. Camina rápido, mirando al cielo. Se cruza a dos parejas que esperan
el autobús nocturno en una parada, no les hace mucho caso y sigue.
Se para por un momento al cruzar la acera. Alza la cabeza de nuevo y no deja de sorprenderse de lo bella que es.
El momento de investidura es roto por una
chica que habla alto por su teléfono móvil mientras camina sin rumbo fijo, desgastando
el suelo, entre chillidos. Las 2:00 de la mañana. Por un momento, el chico se
distrae y nuevamente, continúa la marcha.
Dos parones, tres y unos pocos más. Pisa un charco y se ve
reflejado de verde: esperanza. Necio se había considerado a menudo por tener
esperanzas de hablar con ella. Siempre que se encontraban, un tímido saludo era lo máximo que se atrevió a decir. Pero hoy es la gran noche, el último intento. Si
no lo consigue hoy, lo dejará enterrado. Poco le importa ponerse delante de la calzada,
en pleno medio a riesgo de ser atropellado para contemplar la luna. Hacia arriba y tras unos minutos
adelante, los primeros calambres repiquetean en su nuca de mirar a lo alto.
Hace su última parada cerca de un descampado. Ya le es conocido. Ya estuvo
allí. Pero nunca con ella. Al cielo….de nuevo…se da cuenta de todas las veces
que últimamente, ha estado mirando a esa luna resplandeciente. Tanto parecía
brillar y ahora, delante de ella, en el día en el que más iluminada está, se da
cuenta de que no era lo que estaba persiguiendo.
Una luz demasiado luminosa. Que ciega...que hace daño...que engaña.
Y sí: es que a la luna nunca se le vio el ombligo.
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